Tuesday, September 05, 2006

Queridas/os alumnas/os del Elbio Fernández:
Comenzaremos el estudio de la Banda Oriental en el siglo XVI, XVII y XVII.Historia del Uruguay

La margen oriental del río Uruguay estaba habitada por charrúas, chanaes, guaraníes, tapes y arachanes. Fueron los charrúas los más característicos de la región y los que ofrecieron mayor resistencia a los europeos. La llegada de los españoles coincidió con la extensión por todo el territorio de la influencia guaraní, cuya lengua unificó la región. Divididos en pequeñas poblaciones, que vivían sobre todo de la caza, los charrúas no alcanzaron un grado de civilización muy elevado.

El descubrimiento de la costa uruguaya fue realizado por Juan Díaz de Solís, quien tomó posesión del territorio, en nombre del rey, en febrero de 1516; la expedición terminó con la muerte de Solís a manos de los pobladores de las orillas del Plata. En su ruta de circunavegación del globo, Magallanes tocó sin duda en la costa uruguaya y dio probablente nombre a Montevideo (1520).

Sebastian Gaboto fue el primer europeo que penetró en los riçios Parana y Uruguay en 1527 y levantó el primer establecimiento español en el territorio. Pero los colonizadores ignoraron la margen oriental del Uruguay por más de un siglo, hasta que la introducción de ganado por el gobernador de Asunción, Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias), en 1611, transformó a la región en la "Vaquería del Mar". En 1603, ya Hernandarias había tratado de penetrar en la Banda Oriental, pero fue detenido por los charrúas.

Los Adelantados del Río de la Plata, ocupados en la pacificación de Buenos Aires y en la exploración del Paraguay, prestaron poca atención a la Banda Oriental, nombre que se daba entonces al territorio uruguayo. Las buenas pasturas y el clima templado, permitieron la reproducción del ganado a gran escala, lo que atrajo a los "faeneros" (extractores de cueros) desde Brasil y Buenos Aires. El mestizaje entre faeneros e indios (cuya cultura había sido totalmente transformada por la introducción de la carne de vaca en su dieta, y del caballo como medio medio de obtenerla) dio origen al "gaucho" o "gauderio".

La práctica de quemar los pastizales altos (para permitir el crecimiento de pasturas bajas, más adecuadas a la alimentacion bovina) se hizo frecuente en el siglo XVIII y condujo a la extinción de muchos mamíferos autóctonos, a la reducción de la diversidad vegetal y al empobrecimiento del suelo, desde entonces más susceptible a la erosión. Los indígenas que no se adaptaron a esta nueva vida fueron desplazados hacia las misiones jesuíticas, en el norte, o sufrieron un gradual genocidio que tuvo su punto más alto en el siglo XIX.

En busca del ganado y también de los ríos que llevaban al interior de la cuenca del Plata, los portugueses avanzaron por la entonces llamada Banda Oriental (territorio que correspondía aproximadamente al Uruguay actual) y fundaron Colonia do Sacramento (fundado por el gobernador de Rio de Janeiro el Mariscal Manuel de Lobo) frente a Buenos Aires, en 1680. La Colonia fue objeto durante mucho tiempo de disputas entre España y Portugal. En 1724, España ordenó al Gobernador de Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zabala que cruzara el Río de la Plata y fundara una plaza fuerte en la Bahía de Montevideo.

El territorio uruguayo fue adjudicado a la Gobernación del Río de la Plata cuando ésta fue creada (1617). El primer gobernador, Diego de Góngora (1618-1623), confió a los misioneros franciscanos y jesuitas la penetración en la Banda Oriental. Esta política fue continuada por su sucesor y su consecuencia fue la fundación de Santo Domingo de Soriano, en 1624. Los charrúas se mostraron rebeldes a la presencia de los misioneros, pero los chanaes aceptaron pacíficamente la creacioón de las reducciones.


EL URUGUAY INDIGENA Y ESPAÑOL
El Uruguay anterior a su descubrimiento por los españoles en 1516, estaba poblado por unos pocos millares de indígenas a los que el conquistador europeo llamó charrúas, minuanes, bohanes, guenoas, yaros, chanaes y guaraníes; pueblos que también se extendían por los vecinos Argentina y Brasil.

La macro etnia charrúa, mayoritaria, tenía el nivel cultural de los cazadores superiores; los chanaes practicaban también una agricultura incipiente; los enclaves guaraníes conocían formas algo más avanzadas de la agricultura. Pero todos ellos eran fundamentalmente cazadores, canoeros y pescadores. Algunos escasos restos arqueológicos testimonian la práctica de cerámica decorada así como el tallado de la piedra.

La llegada de los europeos y del ganado vacuno y caballar que estos abandonaron a comienzos del siglo XVII en territorio uruguayo, modificaron el hábitat, la demografía y las costumbres de esos indígenas. Convertidos en diestros jinetes cazadores de vacas, terminaron diezmados por la viruela y la persecución del hombre blanco por cuanto su cultura los torno hostiles a las formas de trabajo que trajo el conquistador español.

La tradición historiográfica afirma ser el año 1831 aquel en que desaparecieron los charrúas como entidad demográfica de cierto peso, cuando fueron aniquilados por las tropas del primer gobierno republicano del Uruguay independiente, esa destrucción no impidió que la sangre indígena penetrara en capas de cierta importancia de la población campesina del país, en particular guaraní proveniente del territorio que ocuparon las Misiones Jesuíticas. De cualquier modo, el llamado "exterminio de los indígenas en Salsipuedes" (1831) fundó el mito del Uruguay europeo y blanco que las clases dirigentes del país siempre alimentaron, tanto más cuanto la inmigración transcontinental fue, en efecto, la bases del crecimiento demográfico uruguayo.

La Banda Oriental, designación que los españoles dieron al territorio uruguayo, fue una región de colonización tardía, contemporánea sobre todo de la España de los Borbones en el siglo XVIII. Se pobló por tres motivos fundamentales: la calidad de su pradera natural combinada con la multiplicación del ganado abandonado por los españoles en sus llanuras; las ventajas de Montevideo como único puerto natural del Río de la Plata; y la condición de territorio fronterizo en permanente disputa entre las coronas de España y Portugal.

Las ciudades y villas tuvieron a menudo su origen en la lucha hispano-portuguesa, por ejemplo el primer establecimiento europeo importante, la Colonia del Sacramento portuguesa en 1680, o el Montevideo español fundado entre 1724 y 1750. El carácter de frontera móvil del territorio influyó también en su economía - facilitando el contrabando y la burla del monopolio comercial español - y en la sociedad, ambientando en sus pobladores la actividad ecuestre y el oficio de las armas.

La pradera natural y el ganado vacuno y caballar sin dueño ganaron la estancia - predio dedicado a la ganadería y productor de vacunos - y el estanciero, la figura dominante del medio rural.

Hacia 1700-1800 aparecieron los saladeros que convertían a parte de la carne vacuna de esas estancias en tasajo. Este era carne salada, dura y magra, por lo que la consumían al comienzo sólo los esclavos de Cuba y Brasil. Los saladeros eran una mezcla de estancia e industria asentada en Montevideo. Aunque en 1832 incorporaron la máquina de vapor para producir grasas, la elaboración del tasajo sólo requería la habilidad manual del gaucho enlazador del ganado casi salvaje y la diestra artesania de los peones - hasta 1830 casi todos esclavos negros - cortadores de carne en finas lonjas que luego se salaban y apilaban durante dos o tres días. Luego se practicaba el secado de la carne salada tendiéndola al sol. Esta industria eran en suma una manufactura.

Por el puerto de Montevideo se comerciaba legalmente con España y Buenos Aires (desde 1779), e ilegalmente con el Brasil portugués y las naves europeas que arribaban "forzosamente" a sus playas. Esa actividad generó una renta suficiente para mantener tanto a la burocracia española que gobernaba la Banda Oriental, como a los ricos comerciantes que integraban el cuerpo municipal llamado Cabildo, única e imperfecta escuela de gobierno propio a la que "criollos" tenían acceso. La Banda Oriental formaba parte del Virreinato de Buenos Aires desde su creación en 1776 y una importante zona adyacente lo integraba como Gobernación.

La población - 30.000 habitantes hacia 1800, una tercera parte en Montevideo - estaba dividida tal vez con más claridad en regiones y en razas que en clases.

Montevideo era sede del poder español y de la sociedad jerarquizada en razas y clases. Comerciantes, prestamistas, estancieros ausentistas y altos funcionarios, formaban una clase alta que todavía olía a los orígenes humildes de sus antepasados canarios, vascos y catalanes. Pequeños tenderos, pulperos, militares y funcionarios de baja graduación, y artesanos, integraban un esbozo de clase media. Debajo de todos, el tercio de la población era negra y esclava.

El Interior, el medio rural, era el mundo donde todas las distinciones sociales, que existían tendían a desdibujarse o a amalgamarse con otros rasgos de la economía y de la cultura hasta hacerse muy singulares. Los estancieros latifundistas habían expulsado a anteriores ganaderos más pobres y menos influyentes ante las autoridades españolas. La mayoría de los grandes estancieros no poseían su tierra con títulos de propiedad perfectos.

Muchos sólo habían iniciado el trámite para adquirirla en Buenos Aires y lo habían abandonado, cansados por las demoras de la burocracia borbónica, así como disgustados por su costo que siempre superaba al precio de la tierra. Otros habían pagado tierras a la corona española dentro de determinados límites. Esas estancias, una vez medidas, resultaban tener una superficie mucho mayor que la abonada. Todos estos hechos tornaron a los estancieros dependientes de las resoluciones del Estado español primero y republicano después.

En ese Interior abundaba la población errante, a veces mestiza. La vida era fácil y el alimento casi único y esencial, la carne era gratuito. Este hecho se explica porque la producción era infinitamente superior a una demanda reducida al escaso mercado interno y a los limitados mercados externos cubano y brasileño. La Banda Oriental, con tal vez 6 millones de vacunos y medio millón de yeguarizos, poseía el mayor número de cabezas vacunas y equinas por habitante en el mundo. El "proletariado" rural - el gaucho- era ecuestre (hasta los mendigos andaban a caballo en Montevideo), y tenían el alimento siempre asegurado. Preguntado uno de los líderes de la Revolución de 1811 acerca de sus medios de vida respondió que "cuando necesitaba una camisa se conchavaba" (empleaba), y si no, "paseaba". Para estos campesinos, el trabajo era una opción, no una necesidad. Los latifundistas observaban con fastidio a una mano de obra independiente, que sólo trabajaba cuando el Estado perseguía de tarde en tarde a los "vagos".

Existían tensiones. La autoridad española impedía a los estancieros la libre venta de sus cueros a los comerciantes ingleses y portugueses, y demasiado a menudo los amenazaba con cobrarles las tierras que detentaban. Así lo hizo, por ejemplo en agosto de 1810, meses antes del estallido de la Revolución por la Independencia en febrero de 1811.

A comerciantes y ganaderos molestaba la sujeción a las autoridades políticas, judiciales y mercantiles (Virrey, Real Audiencia y Tribunal del Consulado), residentes en la vecina, competidora y envidiada ciudad de Buenos Aires.

Los gauchos e indios odiaban todas las medidas que provenían del Cabildo de Montevideo o de su Gobernador en procura de la contención del contrabando, la persecución de los "vagos", o la expulsión de los pequeños terratenientes de las grandes estancias. Este último punto había generado resentimientos fuertes. Los pioneros ocupaban los campos, sujetaban a rodeo el ganado abandonado y bravío, construían ranchos y corrales, combatían las incursiones de portugueses y la indiada sobre sus tierras. Y cuando la región se tornaba habitable, aparecía el favorito de Gobernadores y Virreyes, o el rico comerciante bonaerense o montevideano que había comprado esas tierras y lograba una orden de expulsión de los pioneros. Todo el Uruguay se había colonizado así en cuatro o cinco oleadas sucesivas de pioneros que luego habían sido declarados "intrusos" por la autoridad colonial.

Todos estos resentimientos internos y externos (contra España y Buenos Aires), estallaron en 1811, cuando se aflojaron los lazos del control colonial ante la invasión francesa a la metropoli.

La colonización de la Banda Oriental

El territorio situado al este del Río Uruguay, al que pasó a denominarse como la Banda Oriental, había sido el explorado en primer término por los primeros navegantes españoles llegados al estuario del Río de la Plata, como Solís y Gaboto. Pero tanto ellos — en especial Gaboto en 1527 al establecer el Fuerte de San Salvador — como posteriormente Juan Romero al fundar el pueblo de San Juan en 1552 y Ortiz de Zárate con San Gabriel en 1573; debieron abandonar su empeño ante la agresividad de los indígenas charrúas.

Sin embargo, la situación comenzó a cambiar a partir de la introducción del ganado vacuno y equino por Hernandarias, en 1603, cuya rápida y extesa multiplicación permitió a los indígenas aprovecharlo como fuente de alimentación y de abrigo; y aprender a servirse de las cabalgaduras.

El desarrollo del ganado en la Banda Oriental, especialmente por parte de los portugueses que la invadían desde el sur del Brasil, tuvo una directa incidencia en la colonización del territorio de lo que acabaría siendo la República Oriental del Uruguay.

El Cabildo de Buenos Aires comenzó a otorgar autorizaciones para efectuar la explotación del ganado existente en la Banda Oriental, bajo la modalidad de los llamados faeneros. Éstos cruzaban el Río de la Plata desde Buenos Aires, con un grupo de peones, y acampando temporalmente se dedicaban a capturar el ganado, del cual extraían el cuero y los sebos, y ulteriormente comenzaron a preparar la carne mediante la salazón, que permitió su conservación deshidratándola bajo la forma del charque.

El procedimiento para la captura de los animales consistía en arriarlo mediante jinetes, y encerrarlos entre obstáculos naturales, especialmente cursos de agua; para luego derribarlos mediante el procedimiento de desjarretarlos, es decir, cortándoles los tendones de las patas mediante cuchillas en forma de media luna, atadas al extremo de largas varas generalmente hechas con cañas tacuaras que crecían abundantemente en ese territorio.

Esas condiciones fueron determinando que se eligieran habitualmente los mismos sitios propicios para realizar esas labores; y que asimismo se establecieran instalaciones permanentes, que eran utilizadas repetidamente por los faeneros.

La abundancia de los productos obtenidos por los faeneros, condujo asimismo a que las costas de la orilla oriental del Río de la Plata comenzaran a ser frecuentadas por mercaderes piratas — de origen variado, ingleses, holandeses, franceses — que contrabandeaban los cueros obtenidos por los faeneros, burlando el monopolio comercial que España aplicaba en sus colonias; para transportarlos a los mercados del Brasil, de las Antillas o de Europa, donde alcanzaban excelentes precios.

Fundación de la Colonia del Sacramento (1680)

Sin embargo, la principal incidencia de la abundancia de ganado en la Banda Oriental como determinante de su colonización, fue la actividad de los portugueses provenientes del Brasil. Primeramente, fueron los mamelucos, como se denominaba a aventureros principalmente mestizos, que incursionaban en las praderas del norte de la Banda Oriental — cuya frontera no estaba claramente delimitada, y abarcaba buena parte del actual estado brasileño de Río Grande do Sul — con los mismos fines de capturar y cuerear el ganado cimarrón.

Pero Portugal, a partir de la colonización realizada en el Brasil, venía practicando una política territorial expansiva, dirigida a sobrepasar los imprecisos límites que le había fijado el Tratado de Tordesillas.

En 1679, el Gobernador del Brasil Manuel Lobo, organizó una expedición marítima al Río de la Plata, deteniéndose frente a la isla de San Gabriel. Desembarcando en la costa de la Banda Oriental, procedió a fundar a fines de enero de 1680 una plaza fuerte en el actual emplazamiento de la ciudad de Colonia, al que llamó Nova Colonia do Sacramento. Asimismo, los portugueses estacionaron guarniciones militares en las próximas islas San Gabriel y Martín García.

La plaza fuerte portuguesa en Colonia del Sacramento — situada justo enfrente de Buenos Aires — se convirtió rapidamente en un importante centro de comercio; por cuanto desde allí los portugueses organizaron el contrabando hacia Buenos Aires de mercaderías provenientes de Río de Janeiro, especialmente tabaco, azúcar, aguardientes y esclavos negros, a cambio del charque y de la plata proveniente del Perú.

Esas actividades produjeron gran inquietud entre los colonos de Buenos Aires y a las autoridades en España; lo que originó diversos episodios militares y tuvo como consecuencia la fundación de la ciudad de Montevideo.

En una acción inicial, los portugueses fueron desalojados por una partida militar llegada de Buenos Aires. Pero la diplomacia portuguesa obtuvo inmediatamente que el Rey Carlos II, aceptara devolverla, en 1681; luego de lo cual permaneció en poder de los portugueses durante 24 años. Recién en 1704 el nuevo Rey España, Felipe V, dispuso que fueran desalojados por una fuerza proveniente de Buenos Aires, comandada por Baltasar García Ross.

Sin embargo, cuando a consecuencia de sus conflictos europeos España y Portugal firmaron en 1715 el Tratado de Paz de Utrech, Portugal obtuvo la concesión de volver a ocupar la Colonia del Sacramento. En diciembre de 1723, una expedición portuguesa ingresó en el actual puerto de Montevideo; desalojándolo ante la amenaza de ser atacados por el entonces gobernador español de Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zavala.

Finalmente, en 1777, antes las reiteradas violaciones portuguesas del Tratado de Utrech, el Virrey del Río de la Plata, Ceballos, envió un ejército que obligó a los portugueses de Colonia a abandonarla, y los españoles arrasarron totalmente el emplazamiento.

LA FUNDACIÓN DE LA CIUDAD DE MONTEVIDEO.

Antecedentes.

Luego de descubierto el Río de la Plata por el navegante español Juan Díaz de Solís, la colonización española se orientó inicialmente a los territorios aledaños a la ciudad de Santa María del Buen Ayre, actual Buenos Aires; quedando despoblado por los colonizadores el territorio situado al este del Río Uruguay, donde habitaban unos pocos indígenas nómades.

Pero cuando Hernando Arias de Saavedra, conocido como Hernandarias, liberó en el territorio situado al oriente del Río Uruguay unas cuantas cabezas de ganado vacuno, dio origen al desarrollo espontáneo de esa ganadería, que en base a las condiciones favorables del terreno, se reprodujo abundantemente.

La explotación de esa riqueza ganadera que vagaba libremente por las praderas de la que se llamó “Banda oriental”, atrajo el interés. En las condiciones de la época, el principal producto que podía obtenerse de ese ganado, era el cuero. De tal manera, inicialmente se explotaba mediante incursiones en el territorio, en las que se procuraba rodear los rebaños para “cuerear” los animales luego de matarlos. Los cueros podían salarse y secarse al sol, para luego transportarlos en carretas y en barco hacia los lugares en que pudieran procesarse.

Esta actividad, a la que se designó como “la corambre”, requería emplear hábiles jinetes pertrechados con elementos adecuados para atrapar los animales, que criados en total libertad eran sumamente ariscos; en tanto se carecía de cualquier clase de instalaciones para encerrarlos. De ese modo, se usaron dos instrumentos fundamentales: la garrocha, consiste en una larga vara con un filoso gancho en su extremo para cortar el tendón de Aquiles de la pata de los animales y hacerlos caer; y las boleadoras, originalmente utilizadas por los indígenas para cazar avestruces, que eran lanzadas para enredar las patas de los animales e impedirles huir.

En ese uso de la la garrocha — en portugués, “garrucha” — como instrumento esencial para capturar los ganados cerriles, característico de los jinetes que realizaban la corambre, se encuentra muy probablemente el origen de la palabra gaucho; por la deformación de su pronunciación en portugués, donde la “erre” gutural de ese idioma, facilmente pudo convertir el garrucho=portador de garrucha, en el gaúcho (pron. “gaúsho”) del sur del Brasil, y en el gaucho de la Banda Oriental.



Estas actividades eran prácticamente nómades; ya que las tareas de atrapar los animales y extraerles los cueros se hacían en cualquier lugar apropiado; cercano a donde abundaran los rebaños. Pero luego, a la utilización del cuero, fue posible agregar la utilización de la carne; mediante un procedimiento similar de salado y secado, elaborando el producto conocido como tasajo, que se utilizaba como alimento previo su remojo, cocinándolo con frijoles, papas u otros vegetales.

De ese modo, en 1781, en las costas del arroyo Colla, situado en el actual Depto. de Colonia, un emprendedor vecino de Buenos Aires, Vicente de Medina, instaló un establecimiento dotado de instalaciones para reunir el ganado, proceder a su matanza y luego salar cueros y carnes. Este fue el primero de varios que ulteriormente surgieron en las costas del Río de la Plata cerca de sus zonas accesibles por barco, que se denominaron “saladeros”. Esta industria llegó a alcanzar importancia, al punto de que se dice que en el saladero del Colla podían albergarse varias decenas de miles de cabezas de ganado vacuno, haciéndose matanzas del orden de 1.000 cabezas por día.

La producción del ganado de la Banda Oriental se exportaba, principalmente al Brasil y a Europa. De tal manera, encontrándose el ganado abundamente y libre en un territorio casi totalmente despoblado y sin vigilancia de autoridad valedera, prontamente comenzaron a establecerse en las márgenes costeras propicias para embarcar y desembarcar, los campamentos de faeneros de diverso origen.

En una época en que la piratería abundaba en todos en los mares - antes de que el dominio naval inglés se empeñara en combatirla - navegantes piratas de todo origen, especialmente franceses, ingleses, holandeses y dinamarqueses solían desembarcar en las costas del Río de la Plata y sus ríos tributarios, para acopiar en sus barcos cueros que adquirían a bajo precio a los faeneros y luego vendían en los mercados europeos con grandes beneficios.

Entre los patrones de los campamentos o asentamientos faeneros, hubo nombres que quedaron ligados a la geografía lugareña del Uruguay, designando diversas poblaciones actuales, tales como Maldonado, Rocha, Pando, Toledo, etc. Entre los piratas que frecuentaban estas costas, se destacó el francés Esteban Moreau (pronunciar: Moró), el cual estableció gran cantidad de barracones donde depositaba los cueros, y que llegó a instalar artillería para combatir las partidas enviadas por las autoridades españolas; aunque fue muerto por los soldados al mando de Zavala en las costas de Rocha, en 1720.


Desde el norte del territorio de la Banda Oriental, la misma riqueza ganadera atrajo la penetración de buscadores de ganado provenientes del sur del Brasil, bajo dominio portugués. Esos territorios funcionaban, de tal manera, como un vasto criadero de ganado, al cual ingresaban los troperos para reunir el ganado y trasladarlo hacia el norte.

España y Portugal sostenían, desde mucho antes, un conflicto para delimitar la frontera de sus respectivos dominios en la costa atlántica de América del Sur. El Tratado de Tordesillas, que había pretendido ponerle término, solamente ocasionó toda clase de maniobras - sobre todo del lado portugués - para colocar la línea demarcatoria lo más al oeste posible. De tal manera, las ambiciones portuguesas sobre el Río de la Plata y la riqueza ganadera del territorio oriental del Río Uruguay, llevó a que en Portugal se tomara la decisión de intentar ocupar ese territorio, que hasta entonces España mantenía descuidado.

El Rey de Portugal impartió órdenes específicas al Gobernador del Brasil, por entonces Manuel Lobo, para que fundara un establecimiento militar fortificado en el nacimiento del Río de la Plata. Fue así que el 1º de enero de 1680, expedicionarios portugueses desembarcaron en las costas del Río de la Plata, prácticamente enfrente de la ciudad de Buenos Aires, y fundaron la que denominaron Colonia del Sacramento; actual ciudad de Colonia, que aún conserva construcciones de la época colonial.

La fundación de la Colonia del Sacramento dio inicio a una serie de episodios que pautaron la rivalidad luso-hispana sobre la Banda Oriental; y que de alguna manera se ha proyectado históricamente a lo largo del tiempo.

Inicialmente, al conocer ese establecimiento de un contingente militar portugués en sus cercanías, el Gobernador de Buenos Ayres, a la sazón José de Garro, envió una fuerza integrada por 300 soldados españoles y asistidos por varios miles de indígenas incorporados a la milicia, que rapidamente desalojaron a los portugueses y ocuparon el fuerte.

Sin embargo, la diplomacia portuguesa - célebre por su habilidad luego heredada por la brasileña - con amenazas de graves represalias logró imponer al débil Rey Carlos II, que por entonces reinaba en España, una negociación por la cual aceptó devolver pacíficamente la Colonia del Sacramento a los portugueses, lo que tuvo lugar en 1681.

La Colonia permaneció en poder de los portugueses durante 24 años; hasta que en 1704, ascendido al trono el primero de los Borbones de España, Felipe V, ordenó emprender una acción militar para desalojarlos. Eso fue llevado a cabo por una fuerza proveniente de Buenos Ayres, comandada por Baltasar García Ross, que sitió la Colonia por tierra, lo que habilitó a que la dotación portuguesa fuera evacuada por una flotilla que acudió en su auxilio.

Sin embargo, a pesar de que los españoles tuvieron pacíficamente en su poder la Colonia a partir de ese momento, las ambiciones portuguesas sobre el territorio oriental del Uruguay no decayeron; de modo que cuando a consecuencia de sus conflictos europeos España y Portugal firmaron en 1715 el Tratado de Paz de Utrech, Portugal obtuvo la concesión de volver a ocupar la Colonia del Sacramento, aunque con la restricción - que sin duda era considerada por ellos destinada a no cumplirse - de no extenderse desde ella a una distancia mayor a un disparo de cañón.

No mucho tiempo después de recuperar la Colonia, a partir de 1716, los portugueses se dispusieron a extenderse por el territorio del actual Uruguay, sin duda infringiendo el Tratado de Utrech. A tal fin, partió desde el Brasil, una expedición marítima al mando de Freitas Fonseca, que en diciembre de 1723 ingresó en el puerto natural situado en el Monte VI desde Este a Oeste de la costa del Río de la Plata.

La noticia de tal invasión produjo una reacción inmediata del entonces gobernador español de Buenos Ayres, Bruno Mauricio de Zavala, quien intimó a los portugueses a retirarse. Visto que no lo hacían, Zavala comenzó a organizar un contingente militar; pero ante ello, los portugueses, en inferioridad de condiciones, optaron por retirarse.

Las incursiones portuguesas fuera de los límites fijados respecto de la Colonia del Sacramento en el Tratado de Utrech continuaron; por lo cual en 1777 el entonces Virrey del Río de la Plata, Ceballos, envió un ejército que sitió el fuerte, construyendo importantes instalaciones militares en el lugar. Los portugueses que ocupaban la Colonia optaron por capitular, a condición de permitirseles su retirada; realizado lo cual los españoles procedieron a arrasar totalmente el emplazamiento.


Fundación de Montevideo.

La experiencia de lo ocurrido con la ocupación del puerto y el peligro que representaba el establecimiento de la Colonia del Sacramento - por entonces nuevamente en manos portuguesas - así como la importancia económica adquirida por la riqueza ganadera existente en el territorio oriental del río Uruguay, movió al gobierno español a llevar a cabo actos de posesión efectiva de ese territorio, y a establecer una plaza militar fortificada.

El lugar donde se habían establecido los portugueses en 1723, resultó ser el más adecuado desde varios puntos de vista. Por una parte, poseía un excelente puerto natural, al formar una pequeña bahía bastante cerrada, con playas accesibles. Por otro lado, en uno de los cierres de la bahía, justamente el del lado oeste, existía un cerro bastante elevado como para avistar cualquier barco que se aproximara desde el Este y eventualmente colocar en él algunas piezas de artillería.

El territorio aledaño, eran praderas ligeramente onduladas, propicias para adjudicarlas a los colonos para emplearlas en diversos cultivos; y no existían en las cercanías demasiadas poblaciones indígenas hostiles.

De tal manera, en 1724 Zavala llevó desde Buenos Ayres a la zona del Monte VI de E.a O., un grupo de 110 soldados y 1.000 indígenas, con una batería de 10 cañones, para construir el que decidieron llamar Fuerte de San José.

Una vez emplazado el Fuerte, Zavala volvió al lugar, haciéndose acompañar por un grupo de familias originarias de las Islas Canarias afincadas en Buenos Ayres, con un total de 37 personas, que fueron los primeros pobladores civiles de la nueva colonia. Para entonces, se había reclutado otro contingente de colonos en las Islas Canarias y en Galicia, por lo que poco tiempo después arribó una treintena de familias más.

Delimitación y trazado de la ciudad de Montevideo.

Uno de los principales auxiliares de Zavala en el establecimiento de una colonia en la bahía de Montevideo, fue el Capitán de Corazas español Pedro Millán, natural de Llerena, en Extremadura, a quien Zavala encomendó la misión de organizar la nueva ciudad.

Millán procedió a ello con extraordinaria eficiencia. El 20 de diciembre de 1726, confeccionó un padrón de habitantes de la ciudad, cuyo original se conserva en el Museo Histórico de la ciudad de Montevideo, situado en el edificio del Cabildo. Asimismo, trazó un plano delineatorio de la ciudad, organizada en forma de damero con un total de 32 manzanas, que fueron asignadas por sorteo entre los pobladores. Ese reparto de los terrenos de la nueva ciudad, data del 24 de diciembre de 1726, designándose a la misma como Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo. Millán llevó su celo urbanístico al punto de indicar en el plano de la nueva ciudad los lugares más adecuados para los edificios de carácter público.

Siguiendo las normas urbanísticas de la época, Millán procedió a delinear inmediatamente por fuera de los límites de la ciudad, el área de territorio comunal, cuyos terrenos eran destinados a apacentar libremente el ganado u otros animales, así como a otras actividades de los habitantes de la ciudad y en que estaba prohibido arar o cultivar; zona llamada “el ejido”; por lo cual llegaba hasta la actual calle de ese nombre, que atraviesa la península este de la bahía, desde el centro de ésta hacia la costa del Río de la Plata.

Más allá del Ejido, se extendían las “tierras propias“ o “de propios“, que pertenecían a la autoridad de la ciudad, el Cabildo, y que éste podía alquilar o vender a los particulares, como medio de obtener recursos económicos para las obras públicas de la ciudad. Sin embargo, los límites de los “propios” - aunque llegaban hasta la avenida del mismo nombre, Propios, actualmente Brd. Batlle y Ordóñez - no fueron claramente determinados en el libro del Padrón fundacional de Montevideo; por lo cual con los años algunos de esos terrenos fueron ocupados en forma irregular, de modo que en 1753 el Cabildo tuvo que adoptar la decisión de “amojonarlos”, es decir, marcar su ubicación precisa en el terreno mismo.

Otros repartos de tierras aledañas a la ciudad de Montevideo fueron realizados por Millán, en 1727 y 1729, asignándose a los jefes de familia habitantes de la ciudad las “tierras de labranza” también llamadas “suertes” porque una vez trazados los planos, los distintos predios eran asignados por sorteo entre los interesados.

Se asignó a la ciudad una jurisdicción que abarcó desde las costas del arroyo Cufré hasta las sierras de Maldonado, delimitada al norte por las nacientes de los Ríos Santa Lucía y San José; permaneciendo el resto de la Banda Oriental bajo la autoridad de Buenos Aires.

Población y organización institucional de la ciudad.

El grupo de alrededor 30 familias provenientes de las Islas Canarias y de Galicia, llegó a Montevideo el 19 de noviembre de 1728, juntamente con un contingente militar de 400 hombres de tropa; quienes llegaron en el barco “Nuestra señora de la Encina”, fletado por el vizcaíno Francisco de Alzáibar. Alzáibar retornó a España, volviendo el 27 de marzo de 1729 con otro grupo de inmigrantes que venían a poblar Montevideo, donde el mismo Alzáibar resolvió radicarse definitivamente.

Aquí construyó una importante fortuna en tierras ganaderas; y fue quien principalmente financió la construcción de la Iglesia Matriz de Montevideo. Sus destacados servicios a la Corona y a la ciudad, determinaron que el Rey de España lo destacara designándolo Caballero de la Orden de Santiago, Capitán de Navío de la Real Armada, Marqués de San Felipe y Santiago de Montevideo, y Alguacil Mayor de Su Majestad en la ciudad.

Por otra parte, Zavala procedió a organizar institucionalmente el gobierno de la ciudad, designando su primer Cabildo que instaló el 1º de enero de 1730, con el cometido propio de esa autoridad municipal, de administrar la ciudad y asegurar el orden público entre sus pobladores.

Asimismo, Zavala creó un cuerpo de milicia para la defensa de la ciudad, llamado Cuerpo de Corazas, al mando del cual fue designado uno de los primeros pobladores, Juan Antonio Artigas, abuelo del Gral. José Gervasio Artigas que desempeñaría un papel decisivo en la historia del Uruguay.

Posteriormente, en 1751, el Rey de España dispuso que en Montevideo existiera un Gobernador, nombrado directamente por la Corona. Los Gobernadores de Montevideo, fueron José Joaquín de Viana entre 1751 y 1784; Agustín de la Rosa, entre 1784 y 1771; nuevamente José Joaquín de Viana entre 1771 y 1773; Joaquín del Pino de 1773 a 1790; Antonio Olaguer Feliú de 1790 a 1797; José Bustamante y Guerra de 1797 a 1804; Pascual Ruiz Huidobro de 1804 a 1807, y Javier de Elío de 1807 a 1818.

Características de la ciudad colonial de Montevideo.

La finalidad esencialmente militar que determinó la fundación de la ciudad de Montevideo - prevenir cualquier incursión portuguesa, especialmente desde Colonia que en el momento de la fundación ocupaban los portugueses - impuso que ella fuera una plaza fortificada. La ciudad en sí misma, estaba situada sobre una parte de la península que cierra la bahía por el este, hacia el Río de la Plata en un territorio aproximadamente triangular cerrado por una fuerte muralla de piedra, trazada en forma zigzagueante, y de gran ancho y altura, capaz de resistir exitosamente los impactos de las piezas de artillería naval más potentes de la época.

A corta distancia de la costa del Río de la Plata - donde actualmente es la Plaza Independencia de Montevideo - se levantaba una poderosa fortificación, la Ciudadela, cuya puerta hacia la península y la ciudad - parado frente a la cual Blanes pintara a Artigas en un célebre cuadro - se encuentra actualmente en su sitio originario, como monumento histórico.

La Ciudadela, que demoró 40 años en ser construida totalmente, era una formidable fortificación de piedra - material que abundaba en la zona - conformada por una gran plaza de armas rodeada por altas y gruesas murallas, que tenía en cada esquina sendas altas torres romboidales donde era posible emplazar poderosas piezas de artilleria. Estaba rodeada por un foso de enorme ancho y profundidad, que podía ser inundado desde el mar, cruzado hacia la ciudad con un puente levadizo.

Desde la ciudadela - que estaba situada dentro del límite de la ciudad - se extendía hasta el agua una muralla de similares características, a través de la cual solamente dos portones daban acceso a los campos exteriores a la ciudad; terminada también en dos fortificaciones elevadas, llamadas el Cubo del Norte el Cubo del Sur. Por el oeste, en el extremo de la península se encontraba otra importante fortificación, el Fuerte de San José, originaria construcción efectuada por Zavala.

En tales condiciones, Montevideo era una formidable fortaleza, en la cual estaban emplazados sobre los altos muros 300 cañones; y donde existía un enorme depósito de armas, municiones y pólvora a disposición de una dotación militar de gran importancia para su época. Entre los cuerpos militares destacados en Montevideo, cabe mencionar especialmente el Cuerpo de Blandengues de la Frontera, una selecta unidad compuesta por 8 compañías de 700 plazas cada una, creada en 1797, donde comenzó su carrera militar José Gervasio Artigas.

Además, era la base naval de la Marina Real española en el Río de la Plata; y en su bahía fondeaban continuamente las naves de guerra españolas que patrullaban las costas americanas del Atlántico sur.

Sin embargo, la imponente ciudadela que llevó 40 años construir - desde 1742 a 1782 - solamente subsistió medio siglo, hasta 1833 en que, luego de la independencia, se comenzó su demolición; sin duda para emplear sus sólidos materiales para otras obras de la ciudad. Demolidas inicialmente las plataformas de sus esquinas, el cuerpo principal funcionó como mercado público hasta 1879, en que fue demolida por completo.

Actualmente, sólo es posible ver un pequeño fragmento de sus muros, cerca de uno de los extremos del Teatro Solis. Bajo tierra permanecen, sellados, algunos de los túneles que comunicaban la Ciudadela con las fortificaciones cercanas.


La pulpería: antepasado del supermercado.

El espacio público de la pulpería

Uno de los aspectos que debemos mencionar es el ambiente interior del pequeño comercio. Aquí era el lugar donde se desarrollaba por un
lado la compra venta de mercaderías y por otro el encuentro social. Su origen responde a la demanda de la población, no sólo material, sino también la de sus deseos y necesidades más elementales como el ocio y la comunicación. Su función ya fue descrita por otros autores: “La pulpería desempeñó diversas funciones, entre las que recordamos la de taberna, proveeduría, bolsa de trabajo o agencia de colocaciones, fuente de noticia de los acontecimientos humanos o políticos más destacados del pago, casino...” (Bossio, 1972:57)

En efecto, la sala de la pulpería constituía el lugar de reunión casi exclusivo de la campaña aparte de la iglesia, allí circulaban las noticias, los “chismes”, se cultivaba la amistad y se “limaban” diferencias cuchillo mediante. Es importante conocer este espacio para introducirnos en la vida privada del pulpero, esto implicaría explorar el contexto en el cual se movía la mayor parte del tiempo. En este sentido es importante remarcar que la vivienda del pulpero estaba ubicada en la mayoría de los casos junto a su negocio, formando parte de la misma estructura edilicia. Muchas veces la separación de los ambientes público y el privado estaba determinada por una simple cortina, la cual no parece ofrecer una resistencia adecuada ante la intromisión de lo público. Es decir que el pulpero vivía constantemente sobre la línea divisoria que separaba su faceta pública de su costado más íntimo.

Los nuevos trabajos que tratan la pulpería rural ya han cuestionado la imagen de un lugar andrajoso, centro de despacho de bebidas alcohólicas, de juego y prostitución. Por supuesto que estos elementos existían pero describir este espacio sólo a través de ellos sería pecar por serias omisiones (Virgili, 2000).

Buena parte de las pulperías funcionaban en un rancho, paredes de adobe, pisos de tierra apisonada o de ladrillo cocido y madera componían en general los ambientes de la pulpería tanto la sala principal como la trastienda. Por supuesto que había diferencias entre unas y otras, los pulperos más acaudalados podían presumir de tener un negocio en una casa de pared francesa, con cuartos y habitaciones con marcos y puertas. Los estantes abarrotados de productos son comunes a todos los negocios, botellas, frascos, barriles y costales custodiaban las espaldas de todos los pulperos. La “mítica” reja que los aislaba de la clientela por cuestiones de seguridad existe en buena medida sólo en el terreno de la ficción. Estos barrotes de seguridad no aparecen en los inventarios con la misma frecuencia que en la literatura o en la historiografía que confía demasiados en ella. Este es el caso de Jorge Bossio quien sostiene que en el campo, donde escaseaba la vigilancia comenzó a imponerse la reja a principios del siglo XIX como instrumento de protección de la vida del pulpero (Bossio, 1972:25). Suena irrisorio pensar que una simple reja va a salvar a un pobre individuo aislado en medio de la pampa acosado por una clientela hostil. Más allá de esto el estudio de los inventarios no ha demostrado una presencia significativa de la reja. El mostrador era por lo tanto la línea divisoria exclusiva entre comerciante y cliente. Este podía ser de madera, adobe o de ladrillo, a veces una simple tabla. Encima de él aparecía siempre una balanza de cruz o romana y por debajo se ubicaban cajas y cajones. La vidriera para exhibir productos no estaba ausente en la campaña, por supuesto que no es común debido a su valor pero su presencia combate la rusticidad con la que fue descrita la pulpería durante mucho tiempo (Mayo, 1996).

La mercadería se caracteriza por su enorme variedad, bebidas, alimentos, vestimenta, herramientas, calzado, medicinas, etc. En el trabajo dirigido por Mayo sobre pulperos urbanos se encuentra un análisis de sólo nueve inventarios de pulperías rurales donde aparecen 145 productos diferentes. Otra vez la complejidad socava a la imagen tradicional que caracterizaba a la pulpería como despacho de aguardiente acompañada de unos pocos productos. La carne estaba muy lejos de ser el alimento exclusivo de consumo alimenticio como creía Rodríguez Molas. El pan marginado en buena medida por este y otros autores aparece con la misma frecuencia que el vino y el aguardiente, esto lo denuncia la presencia casi inmutable del horno para el uso tanto privado como público del pulpero. También aparecen pescados, quesos y galletas entre la yerba, el tabaco y el azúcar de distinto tipo. Así como había gran variedad de alimentos también habitaban las estanterías los pantalones, los chalecos, los ponchos y las camisas para vestir a la población rural. Además de alimentar y vestir a la gente, la pulpería le ofrecía artículos para el hogar como vajilla, cubiertos, peines, cuchillos, etc., instrumentos de trabajo y de montar también se ofrecían a la venta. Es decir que estos pequeños comercios abarcaban casi la totalidad del consumo en la campaña con lo cual deberían tener una gran influencia en la vida de cualquier poblador rural. Lo dicho convertiría al pulpero en un personaje público por excelencia. Esto se confirma aún más al presentar a la pulpería no sólo como el centro exclusivo de abastecimiento de la campaña sino también como uno de los principales centros de diversión y entretenimiento de la pampa. El juego de naipes, la cancha de bochas y los acordes de la guitarra eran algunos de los focos de atracción que magnetizaban las zonas circundantes a la pulpería.



4. La familia y el hogar del pulpero



Y si de vida privada vamos a hablar debemos posar nuestra mirada sobre la familia. Ya se ha mencionado en otros trabajos el alto porcentaje de pulperos casados. Aquí se calcula que un 70% de los pulperos cultivaba la vida matrimonial en la campaña aclarando que en las zonas fronterizas este porcentaje disminuía (Virgili, 2000:105). En efecto, el matrimonio es una práctica extendida en la sociedad rioplatense, no sólo es estimulado por la iglesia sino también por la gran aceptación social que conlleva. El estar casado implica seguir las “buenas costumbres” que designa la moralidad cristiana. Pero la demostración de afecto hacia la esposa y los hijos que se repite en las fuentes, refleja, a mi entender, el verdadero amor hacia la familia más allá de la obligación social y moral que esta implica. Este es el caso de Matilde Olivera quien tuvo siete hijos y manifiesta gran afecto y plena confianza hacia su marido.(3) En general todos los pulperos tenían un mínimo de tres hijos, muchos de los cuales colaboraban en la actividad de sus padres. Mónica Martínez de las Conchas es el único caso que encontramos de una pulpera sin hijos(4) y declara tener una sobrina a su cargo lo que tal vez nos indique la imposibilidad de tener sus propios niños.

Comenzaremos a hablar del escenario exclusivo de la privacidad: el hogar. Generalmente, como ya anticipamos, estaba adherido a la pulpería, la gran mayoría de las viviendas la conformaban una sala, una pequeña cocina y aposento. Adobe y paja son los típicos materiales de construcción, no son comunes los ladrillos ni las tejas. A la luz de nuestros tiempos sería extraño en el patrimonio de una persona darle algún valor a una puerta o una ventana con sus herrajes, pues no sucede lo mismo en tiempos tardocoloniales ni tampoco décadas adelante. En la mayoría de los testamentos el rubro carpintería aparece separado del resto y se detalla con el mismo grado de minuciosidad. Esto nos conduce a pensar que no era común tener puertas y ventanas en todas las aberturas de la casa ya que para lograrlo se debía tener el suficiente resto económico. En la casa de un pulpero de Lobos se precisa la existencia de dos puertas en la trastienda con sus herrajes, otra chica en el dormitorio, una ventana en el dormitorio con su respectivo herraje, una puerta y una ventana en el rancho y una puerta en la cocina.(5) A simple vista describir esto nos parece algo excesivamente cotidiano que fastidiaría sólo el hecho de tener que mencionarlo, pero si lo hacemos es para remarcar lo contrario. Los objetos de carpintería descritos más arriba no aparecen en todos los casos y lo comprobamos al encontrar viviendas con similar número de ambientes con apenas una o dos puertas. Estas últimas tienen una importancia decisiva en la separación de ambientes dentro de una vivienda cuya presencia o no implica un mayor o menor grado de privacidad dentro del hogar. Sobre esta cuestión cabría conjeturar que las personas con posibilidades de acceder cómodamente a los artículos de carpintería podían profundizar el grado de privacidad dentro de su hogar. En la maravillosa obra dirigida por George Duby y Philip Ariès (1988) sobre la historia de la vida privada se nos instruye en este aspecto. Allí se sugiere que cuanto mayor espacio hay en la casa, se construye otro espacio, es decir que no sólo se produce un cambio cuantitativo sino también cualitativo. Este tipo de cambio profundizaría la privacidad del individuo ya separada de su familia. De esto se desprende que la posibilidad de ganar mayor privacidad depende en gran parte de los recursos económicos para ampliar el hogar. En el trabajo dirigido por Mayo sobre la vida en la frontera se arguye que los pulperos además de los estancieros eran los únicos que invertían en el mejoramiento de su casa y equipamiento (Mayo, 2000). La imagen tradicional sobre la vida rural rioplatense brindada por la visión impresionista de los viajeros teñía de promiscuidad al hogar común, sin diferenciaciones de espacio ni separaciones concretas, amontonados todos sus moradores en el mismo lugar . Por supuesto que esta imagen no es del todo falsa pero la presencia recurrente de espacios diversos con puertas y llaves refuta en buena medida aquella visión.

Podríamos afirmar a primera vista que los pocos ambientes, la precariedad del mobiliario (entendido sólo como los muebles) dominado por la madera, la escasez de utillaje y vestimenta eran un patrón común entre la mayoría de los pulperos en la campaña. Los muebles que conformaban el espacio privado no iban más allá de una mesa, un catre, algunas sillas y un baúl polifuncional. La cantidad de camas y sillas es muy variable, las segundas van desde cinco o seis a doce o más, suelen ser rústicas, de paja, cuero y madera aunque aparecen también ¡sillas inglesas en plena campaña!, las camas son de cuero y madera y van en general desde una a cuatro. La longevidad de estos elementos nos empuja a pensar que jamás eran renovados y perduraban en el tiempo hasta su total inutilidad. Todo artículo que era nuevo está precisamente aclarado en las fuentes y no se destaca por su frecuencia. Todo esto nos da una idea del valor que adquiría cada objeto por más ordinario que pareciera. Por supuesto que esta sencilla descripción adolece de excesiva generalidad, algunos inventarios denuncian la existencia de otro tipo de objetos los cuales revelan otra clase de hábitos hogareños. Francisco Lozano en los pagos de Magdalena, Juan de Mata y Mariano Serna de Arrecifes tenían en sus viviendas un escritorio a parte de las mesas comunes,(6) quizás allí se sentaran en algunos ratos libres a leer o escribir, prácticas en principio no muy habituales en la campaña. El biombo también aparece ocasionalmente diseñando el interior del hogar, conjeturo que este elemento podía ser usado tanto para cubrirse ante la muda de ropa como para la separación de ambientes. Los barriles de agua con o sin tapa encuentran su lugar en algunas salas para combatir la sed de sus moradores y para servir a la cocina.(7) Con respecto a la iluminación encontramos otros objetos poco frecuentes, Matilde Olivera en las conchas tenía un farol en su sala(8) y Felipe Miguens Contaba con una linterna.(9)

Por supuesto que los pulperos más encumbrados podían acercarse al mobiliario refinado de la elite pero estos pertenecían a una minoría. Francisco Lozano, por ejemplo, formaba parte de ese grupo selecto y se podía jactar de contar en su sala con una preciada mesa de pino y otra de cedro embutida.(10) El utillaje de los hogares estaba más diversificado que el mobiliario. Advertimos rápidamente la “invasión” del campo en el hogar. Esto lo inferimos por la presencia inalterable de instrumentos manuales para trabajar sobre todo la tierra: arados, asadas, palas; hachas, instrumentos de montura, estribos, etc. No hace falta mencionar la omnipresencia del mate, sí cabría mencionar la diferencia entre los mismos, los hay de madera, de cuero, o de plata no sólo varía el material sino la cantidad, algunos se conforman con un solo mate mientras que otros presumen de tener más de dos o tres. Como se deja ver la heterogeneidad sigue prevaleciendo en la calidad y cantidad de los objetos. También los candeleros son moradores permanentes de los hogares, varían desde los más rústicos a los más refinados provenientes de Inglaterra. Sábanas, colchones, almohadas, alfombras y cortinas aparecen con menos frecuencia tal vez por ser elementos más prescindibles o menos accesibles.(11) Pero su presencia nos permite ver un interés en el confort, los colchones y las sábanas contribuyen a mejorar la calidad del descanso que lejos está en este caso de ser precario. Las cortinas además de combatir la entrada de luz, nos sugieren un interés en la privacidad, en evitar las miradas desde “afuera”. Las tinajas comparten el status del mate y los candeleros ya que aparecen en todos los casos y siempre con varios ejemplares por hogar.

Si pasamos a la cocina advertimos cierta escasez, ollas, platos, fuentes de loza o metal, mortero, asador y carretilla de agua habitan este espacio. También puede aparecer un tímido horno de amasar, algunos pocillos de café y chocolate, un cernidor y alguna sartén. El tenedor podríamos decir que brilla por su ausencia, lo incluimos en la categoría de cubiertos pero esta no aparece con frecuencia en los inventarios y se menciona por separado a los cuchillos que tampoco aparecen en gran número. La cocina de Felipe Miguens tal vez represente el patrón común, allí tenía seis platos, cuatro pocillos, una sartén, un mortero, dos fuentes, un mate, una olla y algunos jarritos y botellas.(12) Este pulpero de las conchas no podría jactarse por la riqueza de su cocina pero tampoco podría rezongar por precariedad. Todos los utensilios de plata están debidamente mencionados de manera tal de ser destacados del resto. La imagen tradicional encuentra a la rústica población rural alejada de los metales preciosos, sin embargo no es extraño encontrarlos en los hogares de campiña con relativa frecuencia. Las cocinas más pobladas de los pulperos encumbrados tienen alacena y decoran sus estanterías con cuatro o cinco fuentes de loza, una tetera con sus tazas, una docena de platos y varias ollas. Este puede ser el caso de Juan de Mata que reúne en su concurrida cocina tres ollas, cuatro fuentes, trece platos, seis cuchillos de mesa, seis pocillos de café y tres de chocolate, un hacha, un cernidor, cinco cubiertos de plata y dos mates del mismo metal.(13)

Para terminar con el inventario del hogar no estaría demás subrayar las marcadas ausencias. Como objetos outsiders encontramos un longevo revolver de un pulpero de Las Conchas,(14) un espejo con marco de jacarandá y un par de relojes descompuestos, estos últimos pertenecientes a Francisco Lozano pulpero-estanciero.(15) Nos parecen sumamente significativos estos objetos por el hecho de estar relacionados por un lado al tiempo y por el otro al interés en el aspecto personal. La ausencia del espejo nos advierte del escaso conocimiento que tenían de su propia imagen ya sea por desinterés o por no poder acceder al artículo. Tal vez como alternativa utilizaran la superficie del agua de algún recipiente o de algún metal. Por otro lado la pobre presencia del reloj nos presenta una conciencia del tiempo, muy distanciada de la actual, estaba determinada ya sea por el campanario de alguna iglesia en el caso de encontrarse el pulpero cerca de alguna de ellas o por el recorrido del sol. Es sabido que el nivel de instrucción de la mayoría de los pulperos no era muy elevado. La ausencia de libros es común, sólo en dos inventarios encontramos mencionado un “librillo” perteneciente uno de ellos a una propietaria de pulpería de Pilar(16) y el otro a un pulpero de Arrecifes. El mencionado Felipe Miguens contaba con un juego de damas y otro de bochas seguramente para el entretenimiento de sus clientes y el propio.

La presencia de la religión en el hogar también se advierte. Matilde Olivera, la esposa de un pulpero de Las Conchas tenía en su hogar una imagen de piedra de la Concepción además de tener entre sus objetos más preciados un rosario de oro.(17) Francisco Álvarez, dueño de pulpería de Areco tenía una cruz de oro enriqueciendo su hogar;(18) Felipe Miguens declaró tener un crucifijo de estaño; Juan López, pulpero de Arrecifes, tenía un cuadro de Nuestra Señora del Rosario con su libro,(19) Juan de Silva otro pequeño comerciante de Arrecifes tenía un nicho con una “imagen de Jesús en la Cruz”.(20) La mención reiterada de este tipo de objetos, de alto contenido simbólico, nos permite ingresar no sin dificultad en el territorio más oscuro y espinoso de las mentalidades. La vocación religiosa de los pulperos queda reflejada no sólo con la propiedad de estos objetos simbólicos sino también con la vinculación que tenían a distintas instituciones religiosas de las cuales hablaremos más adelante.



5. El guardarropas



Mencionamos más arriba que la vestimenta era uno de los principales símbolos de status social. Ahora bien ¿cuál era el vestuario de nuestros pequeños comerciantes?, ¿se acercaba al de los grandes comerciantes o al de los pobladores más rústicos?, ¿era rico en calidad y cantidad?, el estudio de los inventarios también nos permite ingresar al armario (si es que tenían) o al baúl del pulpero y describir su aspecto, del cual como ya dijimos no parecían tener demasiada conciencia. “La figura del pulpero no era, como es de suponer, nada pulcra; en un medio tosco, la suya no desentonaba con la de los parroquianos” (Bossio, 1972:62).

Veamos ahora hasta que punto esta afirmación se acerca a la realidad. El patrón común de la indumentaria es la sencillez. El estudio sobre el pulpero urbano nos dice que su guardarropa tenía en general un pantalón, un par de calzones, varias chaquetas, algún chaleco, dos o tres camisas, medias, un par de tiradores, un sombrero y un capote. En la campaña el guardarropa solía ser un poco menos “generoso”. En efecto, en general encontramos una solo unidad de cada prenda, el poncho sea tal vez lo único que lo diferencia de su par urbano. Richard Slatta describe al pulpero rural con una apariencia rústica, desaseado, usando el tradicional chiripá en lugar de pantalones (Slatta, 1982). Esta imagen distorsionada por los ojos de los viajeros debería ser matizada. La escasez no implica que no tuvieran interés en mejorar la calidad y cantidad de su vestuario. Sombreros, capotes forrados, zapatos y camisas no dejan de aparecer en los baúles como las joyas más preciadas para los pulperos. Este es el caso, por ejemplo de Juan de Silva quien vestía capa y capote de paño, calzones de terciopelo y sombrero,(21) Juan de Mata reunía hasta tres pantalones y tres ponchos sumados a las medias (prenda extraña en esas latitudes), levita, chaqueta y capa de paño, chaleco y un par de botas. Felipe Miguens junto a sus dos chalecos, una chaqueta, un capote sin forro y un par de camisas y sombreros contaba con unas soberbias espuelas de plata. Con respecto a la estética femenina, se dice que en la ciudad era más pobre y escasa que la de los hombres. Polleras, enaguas y corpiños de escaso valor vestían a las pulperas o esposas de pulperos. Mónica de la Cruz Martínez de las Conchas lejos se encontraba de un guardarropas miserable, tenía cuatro polleras, cinco batas, cuatro mantas, un rebozo, dos camisas, tres corpiños, dos pañuelos, un par de hebillas de plata y zarcillos de oro.(22) Nos advierten que los vestidos adornados y la seda estaba completamente ausentes en sus guardarropas. Cabría pensar que la vestimenta femenina en el contexto rural fuera igual o peor que en la ciudad debido a que estos productos circulaban aquí con mayor abundancia. Sin embargo, nos sorprendemos al encontrar en las Conchas un vestido de raso negro y medias de seda. Este nos invita a pensar que estos artículos, suntuarios para estos sectores, no eran una meta imposible de alcanzar. También nos sorprendemos con la “intromisión” de un abanico y una pañoleta de punto que terminan de vestir a la “coqueta” Matilde Olivera. Por supuesto que este tipo de prendas nos son las más frecuentes, el común de las mujeres de campaña estaban envueltas en la sencillez. Pero la presencia de estos artículos en la campaña ya quedó comprobada en los estudios destinados a iluminar los inventarios de las pulperías (Mayo, 1996 y 2000). Aquí averiguamos que los objetos de consumo más refinados, lejos de estar ausentes en las estanterías se encontraban hasta en los establecimientos más remotos. Esto nos permite conjeturar, con algún asidero, que los pulperos y sus esposas se encontraban entre los principales consumidores de aquellos productos. Las joyas y alhajas de oro y plata a primera vista parecerían estar vedadas para las señoras de los pulperos, no es común encontrar artículos de lujo de uso personal. Sin embargo, como ya aclaramos el oro y la plata solían entrometerse con cierta frecuencia en los hogares de los pulperos: aros, cadenillas, bombillas, cubiertos, candeleros, espuelas, estribos, cuchillos, chafalonías, crucifijos y cruces de oro y plata aparecen en varios de los inventarios escrutados como si fueran un objeto más del escenario cotidiano habitado por pulperas y pulperos. Con esta descripción creemos haber cuestionado seriamente aquella afirmación que vincula el aspecto del pulpero con la tosquedad del medio.



6. Los esclavos



Para terminar de explorar el patrimonio de los pulperos dentro del hogar nos queda mencionar la participación de los esclavos.. Todas las familias encumbradas de la sociedad virreinal, entre las cuales se incluyen muchos comerciantes, contaban con varios esclavos como si fueran sus más preciadas alhajas. Hasta no hace mucho se creía que los esclavos conformaban parte del patrimonio suntuario, no porque fueron exclusivos de las clases acomodadas sino porque constituían un bien de prestigio. Esto conducía a creer que la población esclava se concentraba fundamentalmente en la zona urbana debido a que allí se encontraban los sectores pudientes en tiempos coloniales y primeras décadas independientes. En las últimas décadas nuevos estudios han encontrado una extendida presencia de esclavos en la campaña conformando uno de los principales recursos de mano de obra (Garavaglia y Moreno, 1993). Garavaglia (1999) sostiene que hacia 1810 la esclavitud parece tener un primerísimo plano en la estructura de las relaciones productivas llegando a superar el número de peones libres. Entre 1750 y 1815 se calcula un promedio de tres esclavos compartiendo un rancho humilde. En cuanto a su valor, se llegó a la conclusión de que los esclavos son el segundo rubro en el valor de los bienes de estancia.

Los pulperos no estaban exentos del interés por los esclavos y no es extraño encontrar negros y mulatos inmiscuidos en su patrimonio. En la ciudad el promedio de esclavos por pulpero parece ser mayor que en la campaña, alcanzaba a uno por pulpero, aunque no es extraño que aparezca un dueño de cinco o seis mulatos. Estos últimos generalmente manejaban un patrimonio que iba mucho más allá de una pulpería como pueden ser bienes inmobiliarios o propiedades rurales. De todos los casos analizados en la campaña sólo figuran nueve propietarios de esclavos, dos de ellos son excepcionales, el caso Francisco Lozano que reunía un total de ocho esclavos por el valor de 1450 pesos, una suma mucho mayor al valor promedio de una pulpería. Otro caso es el de Francisco Ayala de Areco que alcanzaba la sorprendente cifra de diez esclavos por los cuales no tenía mucho que envidiar de los grandes comerciantes porteños. Juan López en Arrecifes tenía esclavos por un valor de 1.008 pesos, Francisco Muñoz de las Conchas mucho más modesto tuvo que vender los dos esclavos que tenía por los gastos que le ocasionaban. Esto último fortalece la idea del esclavo como objeto simbólico. Su ausencia dentro de los pequeños comerciantes nos sugiere que no era sencillo no sólo acceder a su propiedad sino también mantenerla. Sin embargo, con los datos obtenidos podemos sostener nuevamente que el acceso a bienes suntuarios no estaba del todo vedado a estos supuestos sectores de bajos recursos.



7. Puertas hacia afuera



Si salimos por un momento del hogar del pulpero encontraremos cierta heterogeneidad entre uno y otro, algunos de los inventarios consultados nos presentan a un pulpero propietario de ganado vacuno y ovino, tierras, trigo y frutales con los cuales, al parecer, desarrolla un negocio paralelo al de pulpero. Este es el caso de Fernando Navarro de las conchas quien tenía un patrimonio total de 4248 pesos. Este conjunto de bienes lo conformaban novillos, caballos, ovejas, lecheras, corderos y trigo. Sus bienes inmobiliarios lo integraban un terreno en San Fernando y una quinta con 200 plantas de durazno, membrillo y naranjos. Huelga decir que este es un caso excepcional, la mayoría de los pulperos no reunían en un solo patrimonio todos estos bienes, pero sí algunos de ellos se repiten por separado. La quinta con frutales aparece con frecuencia, esta actividad no es exclusiva del campo, también puede encontrarse en los terrenos urbanos, tal vez con menores dimensiones. Felipe Miguens de las Conchas y José Cebey tenían en su casa un terreno con frutales: parra, manzano y durazno, lo que no podemos afirmar con certeza es si aprovechaba estos recursos para comercializarlos o simplemente eran para el uso personal. La propiedad de ganado también aparece con frecuencia, este es el caso de Francisca Ayala y Don Antonio Gallardo, matrimonio pulpero de Morón, contaban entre sus bienes, 96 bueyes, 4 novillos, catorce vacas lecheras, 18 vaquillonas, 6 yeguas, 18 caballos, 5 redomones y cuatro potrillos.(23)

En otro estudio realizado sobre el número de pulperías rurales encontramos en el año 1787 sobre un total de 103 establecimientos, 17 pertenecientes a una estancia(24). Esto no quiere decir necesariamente que el pulpero sea el propietario de la estancia, muchas veces era tan sólo un dependiente del estanciero. Pero el pulpero estanciero aparece en las fuentes con alguna frecuencia. Juan de Silva y José Vicente González eran dueños de estancia, el primero contaba con 240 cabezas de ganado repartidas entre mulas equinos y bueyes; la estancia del segundo duplicaba en valor a su pulpería,(25) Juana López además de 600 plantas de durazno tenía 700 cabezas de ganado,(26) Francisco Lozano era propietario de una estancia de media legua de fondo y 1500 varas de frente reuniendo en ella cabezas vacunas y ovinas con algunos caballos.(27) Aquellos que no alcanzaban tamaño patrimonio en ganado se conformaban con algunas mulas tahoneras. La presencia de estos animales y de varios tipos de herramientas nos permite conjeturar sobre las actividades u oficios que practicaban muchos pulperos en la campaña. Aparecen con frecuencia en los inventarios herramientas para el oficio de zapatero, herrero, carpintero o panadero. Juan López en Arrecifes además de cinco mulas tahoneras tenía herramientas para herrería y zapatería; Francisco Muñoz en las Conchas tenía varias maderas y palos viejos junto a herramientas de albañilería, herrería y carpintería.(28) Como se puede comprobar, estos últimos oficios que en principio son propios de la ciudad, también aparecen en la campaña. Tal vez, en muchos casos estos oficios fueran la actividad originaria del pulpero que luego se volcó hacia el comercio. Como la mayoría de los pulperos no eran oriundos del lugar, al principio no era extraño que se ocuparan en otras actividades como la de labrador hasta poder instalar su propio negocio. Pero este cambio de rumbo no implica necesariamente el abandono total de la actividad precedente. Una de las diferencias sustanciales entre el pulpero de ciudad y el de campaña era el negocio inmobiliario, esta práctica estaba muy desarrollada en el Buenos Aires colonial pues brindaba jugosa rentabilidad. Los pulperos que amasaban algún capital de inversión no quedaron al margen de esta práctica y destinaron su dinero a la compra de cuartos para alquiler.(29) En la campaña el negocio de alquiler también existía pero no tanto en el rubro de inmuebles sino en el de carretas. La propiedad de estos vehículos también incluía a los pulperos, en la mayoría de los casos para uso personal, Francisco Lozano y de Juan de mata contaban con una sola carreta, pero Francisca Ayala, por ejemplo, pulpera en Morón además de contar con un terreno en la ciudad de Buenos Aires tenía cinco carretas de leña.(30) Podríamos aventurar que en estos casos algunas carretas fueron aprovechadas como objeto de alquiler. También encontramos un caso en donde el pulpero Fernando Navarro alquila la pulpería de otro a ocho pesos mensuales.(31) En el trabajo de Jorge Gelman que analiza las actividades de los pulperos rurales de la Banda Oriental aparece una figura de comerciante usurero. El pulpero utilizaba mecanismos de endeudamiento con los labradores a quienes “adelantaba productos y plata antes de la cosecha, quedando ésta comprometida antes de ser levantada”(Gelman, 1993:107-108). Con este mecanismo el campesino se veía forzado a vender a precios ínfimos su cosecha quedando en muchos casos endeudado al final de la misma. Algunos pulperos al acaparar la producción generaba el encarecimiento de los productos de consumo corriente al retener el grano y esperar el alza de precios. También se menciona la participación del pulpero en el comercio de cueros, siendo un intermediario entre el productor y el gran exportador. La intromisión del pulpero dentro del comercio de granos y de cueros lo convertía aun más en un personaje importante en la campaña para los sectores medios y bajos (Garavaglia, 1994).



8. El culto religioso



No es nuevo decir que la religión desempeñaba un papel protagónico en la sociedad colonial. La activa participación en el culto también estaba muy bien vista y es por ello que en todos los niveles sociales se hacía un esfuerzo para invertir tiempo y dinero en la religión. La expansión de cofradías y hermandades era moneda corriente en tiempos tardocoloniales. La afiliación religiosa a Terceras Ordenes era una práctica extendida, según el estudio realizado sobre pulperos de la ciudad de Buenos Aires, el 54% de los pulperos pertenecía a una de estas instituciones, siendo la orden franciscana la más concurrida (Mayo, 1996). La participación religiosa queda reflejada en las fuentes al mencionar los deseos del difunto a la hora de ser enterrado y las donaciones que este destinó al culto. Juan de Mata de Salto dona veinte pesos a la orden de Luján para la recomposición de la iglesia del Santo; Felipe Miguens en las conchas fue enterrado con el hábito de la orden de la merced; Mónica Martínez con pulpería en Pilar debe dos pesos a la hermandad de la Ánimas y pide que su cuerpo sea amortajado con el hábito de Ntra. Señora de Santo Domingo; El pulpero Francisco Álvarez ruega ser sepultado en la iglesia de San Antonio; Sebastián Morales de Quilmes invirtió el dinero necesario para que se le realizaran cinco misas luego de su muerte. Todas estas peticiones finales, sumadas a los objetos vinculados a la fe cristiana encontrados en sus hogares, nos permiten ingresar en las mentalidades de estos comerciantes menores. La religión modelaba en buena medida su imaginario y les imprimía un deber no sólo moral sino también material hacia ella. La inversión en nuevas capillas también era habitual entre los grandes comerciantes y no estaba ausente en los deseos de los pulperos, pero sus recursos económicos hacían difícil la participación en esta práctica. No encontramos pulperos integrando el clero debido seguramente no sólo a sus bajos recursos sino a su insignificante prestigio social